UAGRM: Logias, prebendas y manoseo político incubaron el estallido en la ‘U’

Parecía una revolución democrática, que el descontento se canalizaba en las urnas, que la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno cambiaría a través del voto y que Antonio Cadima, un predicador afiebrado sin más discurso que su fe y sin más estructura que su garganta amplificada, se erguía como el mesías de los alumnos de los primeros semestres. Pero todo cambió. Con menos de 500 votos, una Corte Electoral poco transparente y observada, lo borró de una segunda vuelta que ya todos los frentes daban por cierta y desató la furia, el caos y el enfrentamiento entre estudiantes, entre el pueblo universitario que encumbra a sus catedráticos en el poder, pero que participa poco de su administración.

Ahora, la segunda universidad más grande del país, se encuentra sumida en su crisis más profunda desde la recuperación de la democracia y recuerda el fin de la democracia pactada en el país, a ese proceso que echó a los partidos tradicionales del Gobierno y que inició el actual proceso político.

Los feudos

Tal vez Vicente Cuéllar no estaría hablando de esto si no hubiese sido echado de la ‘U’ en la gestión de Saúl Rosas. Exdecano de la Facultad de Ciencias Económicas, Cuéllar admite que hace tiempo, más de una década, se inició la desideologización en la Gabriel. “Ya no se discute política e ideológicamente, no se hace política, sino que los docentes buscan conformar pequeños grupos como paraguas para protegerse, para negociar espacios de poder con las autoridades de turno”, cuenta el hombre que hoy debería estar compitiendo contra Rosas por el sillón de rector, por ser la máxima autoridad que gobierne el archipiélago de feudos en que se ha convertido la universidad.

Los grupos, los paraguas de docentes, tienen nombres y comenzaron a articularse a principios de los 90. Los enumera Orlando Laime, estudiante de Sociología y Ciencias Políticas, que es cabecilla del Movimiento de Acción Estudiantil que comenzó pidiendo transparencia electoral y terminó apoyando -de a ratos- a Cadima.

Noticias de la UAGRMEn Tecnología está la logia Pacú. En Humanidades y Contaduría está la Cerdito. En Derecho está la ‘mafia’ vallegrandina, en Ciencias Económicas domina los Trajes y hay otra, afín al Gobierno del MAS, que se llama Patujú.

Róger Martínez, que fue líder estudiantil a principios de siglo, la describe más que como logias, como fraternidades de amigos. Asegura que en su tiempo solo conoció de la Pacú, que funcionaba en Tecnología. Cuéllar explica que los catedráticos se unen por afinidad, el mismo término que acuña Rafael López, otro viejo dirigente estudiantil que llegó a ser diputado, que las lleva al siguiente nivel.

“Estos son grupos no más, más incidencia tienen las estructuras. Son tres, una responde a Saúl Rosas (exrector y candidato), Alfredo Jaldín (exrector y candidato) y, algo le queda a Reymi Ferreira (exrector y ministro de Defensa)”.

El poder de los dos primeros quedó reflejado en los resultados de la votación docente. Rosas obtuvo el 43% de los votos de catedráticos, mientras que Jaldín se quedó con el 33%. Eso, de hecho, le da un colchón que representa el 22% y 16% del resultado general y que prácticamente les asegura un “pecho a pecho” en la segunda vuelta.

Tal vez por eso es que no es fácil revolucionar la universidad. En la Gabriel, el estatus quo está defendido por el voto estamentario, que iguala a estudiantes y profesores, por más que los universitarios sean 80.000 y los catedráticos 1.500. Así, la democracia calificada de la Gabriel, se niega a las revoluciones. En los comicios pasados, un voto de docente equivalió a 43 de los estudiantes.

Tanto López como Laime coinciden que estos grupos se articulan para negociar espacios de poder, direcciones, jefaturas, contratos y mejores niveles salariales. “No es diferente a lo que pasa en la Alcaldía o en la Gobernación”, dice López. Tampoco es diferente a lo que sucedía con las megacoaliciones que se cuoteaban el Gobierno hasta 2002. La última gran medida del cogobierno universitario fue cambiar los estatutos de la Gabriel en un congreso itinerante, convocado en Puerto Suárez. Con esto se permitió que el rector pueda ser reelegido en periodo continuo. “Por eso queremos el voto igualitario, que el docente no tenga más privilegio que los estudiantes”, dice Laime.

Los siervos

Los estudiantes son un reflejo de estos grupos. Según López, el poder estudiantil que cogobierna la Universidad se construye desde los centros internos, la Federación de Estudiantes Local y el Ilustre Consejo Universitario. Sin embargo, no nacen por generación espontánea, sino que siempre están solventadas por un partido político o una persona que los financie (rector, vicerrector o decano). “La gran mayoría de las masas estudiantiles no se dan cuenta de que por atrás siempre hay un dirigente negociando”, dice el exejecutivo de la FUL.

Chiqui Martínez añade que se puede construir poder estudiantil a contracorriente del poder establecido o a favor. Él asegura que remaba contracorriente, pero que su dirigencia fue cooptada, prebendalizada y que al final quedó solo y excluido. “Yo salí de la dirigencia porque terminé mis estudios, pero los políticos en la Universidad siguen siendo los mismos”, dice el ahora abogado.

Lo que describe Laime, hoy dirigente del Movimiento Acción Estudiantil, no ha cambiado mucho. Asegura que hay un descontento en las bases por lo que él considera un mal manejo de las becas IDH, la desinstitucionalización de la universidad y la corrupción que han llevado a una “crisis profunda del sistema universitario”. Y eso se podía palpar durante el conteo de votos del miércoles. Dos estudiantes hablaban sobre cómo las becas trabajo que son pagadas con fondos del IDH se utilizan para financiar a activistas políticos, que se ocupan más de hacer campaña que por trabajar por la Universidad. “Hay gente que de verdad las necesita y que es trabajadora”, dijo un moreno de unos 25 años.

La revolución creacionista

Así, con esos condimentos, se llegó al claustro 2016. Los nombres se repetían: Rosas, Jaldín, Sergio Justiniano. Los tres ya habían aspirado al rectorado o lo habían ejercido. “Las estructuras no permiten renovación”, clama Cuéllar, que es parte del apoyo de Jaldín.

Ahí comienza lo que Daniel Valverde, docente en Humanidades, describe como una espiral ascendente. “La campaña fue desordenada y mostró lo peor de la universidad, su cara más fea, la guerra sucia en las redes sociales y el prebendalismo”, dice. Hubo mucho corte de pelo gratis, churrasco, cierres de campaña con grupos internacionales y poco debate político. Para lo único que sirvió la campaña electoral fue para recordarle a la sociedad que en la Gabriel se manejan más de Bs 1.000 millones por año y que tanto gasto proselitista puede tener un retorno distinto al académico.

Para Valverde, quedó claro que hay grupos de poder internos que tienen secuestrada a algunas autoridades y a la gestión académica. A ello se suma una Corte Electoral débil, inexperta e incapaz de organizar el acto eleccionario. Eso cree que se acumuló y que provocó el rechazo estudiantil que terminó en el estallido del miércoles y jueves.

En esos días, el descontento comenzó a tener nombre y rostro. Se materializó en Antonio Cadima, candidato de Cambio Real, el único de los seis aspirantes a rector que no tenía una estructura que lo sostenga, el hombre que apenas había conseguido inscribir su candidatura junto a Francisco Vera Carpio como postulante a vicerrector, el pastor evangélico que con un megáfono gritaba bajo la lluvia que era más guapo que Brad Pitt y más fuerte que Iron Man: el loco al que todos le presagiaban el 1% de la votación estuvo a punto de ganar el estamento estudiantil e ir a disputarle el rectorado a Rosas. Tal vez lo consiguió en las urnas y le fue negado en el computo central. Eso es lo que él denuncia.

Más que el motor del cambio, Cadima fue un síntoma del descontento. Nacido en Aiquile, criado en Santa Cruz, ingeniero de sistemas que da clases de Cálculo y de Física a futuros arquitectos y diseñadores. No se parece tanto a Evo Morales pregonando la revolución mientras es parte del desmoronamiento del sistema político. Es más un Donald Trump, verborrágico y cristiano predicando el fin de los tiempos.

Cadima ya había intentado ser candidato en 2012, pero no consiguió a nadie que quiera acompañarlo en su fórmula. Este año tampoco iba lograr inscribirse hasta que Francisco Vera lo encontró predicando en la calle México. En broma, le dijo que él iba a ser su candidato a vicerrector y Cadima lo agarró del brazo y lo tomó en serio. “La gente lo ve como un cristiano loco, pero yo no pienso eso de él. No soy quién para juzgarlo. Sin embargo, creo que Dios nos ha ayudado. Él es cristiano y yo musulmán y hemos tenido una ayuda celestial. En los días de lluvia, cuando hacía campaña mojándose, le decía: “Pareces el Juan Bautista de la Gabriel”. Era el que preparaba el camino para Jesús”.

Ese predicador en el desierto, con unos $us 3.500, consiguió hacer tambalear a candidatos que solo en cierres de campaña gastaron hasta $us 100.000. No tenía estructura, ni gente que lo acompañara. El miércoles, mientras la Corte Electoral preparaba el documento que lo apartaba de la segunda vuelta, parecía un marinero desesperado en medio de la tormenta.

Trataba de acallar rumores, organizaba reuniones con gente que quería subirse a su barco en medio de los pasillos, mandaba saludos en inglés a los simpatizantes que se manifestaban desde las radios de San Julián o desde los grupos de WhatsApp de la Facultad de Tecnología y repetía como delirando: “Yo soy Antonio Cadima, un ciudadano de a pie, sencillo, humilde, pero con agallas. Soy un predicador de la palabra, honrado, consciente, sensible, incorruptible, insobornable. Soy de la teoría de Cristo, creacionista, nada que ver evolucionista. Llegué hasta aquí por el amor, la misericordia, la gracia del altísimo Dios y la conciencia de estos jóvenes. Los otros están desesperados por ganar las elecciones. Dicen que me he aliado con Jaldín, que he subido a las estrellas y he bajado, que soy un ángel, que he hecho parir a un toborochi o a una mona, pero mis principios no se negocian, no se venden”.

Conflicto en la UAGRMAntes de que la Corte Electoral lo bajara de la segunda vuelta, Cadima era un hombre a punto de ser engullido por el sistema. De estar solo, de haber sido yunta de su candidato a vicerrector, comenzó a aparecer rodeado de gente que le alcanzaba el teléfono, de catedráticos que le aseguraban haber hecho campaña subterránea por él, de mujeres que se le acercaban para regalarle ejemplares gigantes de biblias y de punteros políticos del oficialismo dispuestos a cambiar de bando aún sin sacarse la camiseta del candidato perdedor.

Detrás de todos esos estaban los estudiantes, vigilantes, celosos. “Si Cadima se alía con cualquiera, cagó. Le vamos a retirar el apoyo”, decía un estudiante que participó de la toma de los módulos durante el fin de semana.

Cadima no tuvo tiempo para las alianzas, la Corte lo sacó de la elección y el conflicto estalló. Los estudiantes de los primeros semestres, los que quieren el cambio, se parapetaron en el campus, destruyeron la Corte Electoral y denunciaron fraude y rebasaron al mismo Cadima, que con su megáfono no fue capaz de manejar el conflicto.

“No respondemos a Cadima, este es un movimiento estudiantil, no de un candidato”, decía desde adentro Orlando Laime, mientras en las puertas de la avenida Busch el fuego consumía la propaganda electoral.

Parecía una revolución democrática, pero ahora es un estallido, un huracán sin líder carismático que lo gobierne. Ahora los estudiantes deberán demostrar que son lo suficientemente fuertes para sobrevivir a las logias, el prebendalismo y el manoseo político, para cambiar la Gabriel// El Deber

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