Llantos y risas en el primer día de clases de los niños

El temor al kínder o la escuela es una de las mayores preocupaciones de los padres de familia que llevan por primera vez a sus hijos a las unidades escolares. “Si los padres no saben manejar ese detalle con mucho amor y paciencia, puede hasta crearse un trauma en los pequeños”, dijo Raúl Guillén, encargado de seguridad del colegio Don Bosco, turno de la mañana.

A juicio de Guillén, con más de 10 años de experiencia en el ámbito escolar, los síndromes de “mamitis” y “me quiero ir a mi casa” se los puede advertir en el segundo día de clases. “En este tiempo que llevo trabajando con niños y niñas, he visto que los niños no se quieren desprender de los brazos de sus papás, incluso en el segundo día de clases”, comentó.

No fue ese el caso de Sergio Guzmán, de siete años. De hecho, en la  escuela Cuba, donde es alumno nuevo, fue recibido con las manos abiertas. “No tiene miedo de quedarse solito, porque ya se acostumbró en el parvulario”, mencionó su abuelita, Sara de Molina.

Pero, para Christian Churqui, de cuatro años, inscrito en el kínder del jardín infantil Simona Manzaneda, el día fue muy triste. “Es su primer día de clase; hay que comprenderlo”, mencionó su preocupado papá, quien lo llevó a la escuela “para que aprenda a conocer muchas cosas más”.

Sentado a una mesa de cinco lados, y al frente de sus compañeritos, el llanto del niño se oía, por momentos, más fuerte que la voz de su maestra, la profesora Teresa Gantier. —¿Quién está llorando? —preguntó. De inmediato, un niño sentado al frente de Christian y señalándolo, contestó a su maestra: —¡Él!, lo que provocó la risa de los padres presentes en la clase.

La maestra Gantier aprovechó el momento para dirigirse a los mayores de la clase. Les recomendó que lleguen puntuales para recoger a sus hijos de la escuela; les dijo que les digan a sus hijos que sólo por ser el primer día de clases se les permitió estar con ellos en el aula, que a partir del segundo día estarán con su maestra. Les dijo que los incentiven a tomar leche. “Muchos no toman”, argumentó.

Gantier también recordó a los padres que ayuden a sus hijos a comprender que los papeles inservibles y las envolturas de dulces, helados, chocolates se los deja siempre en la basura.

“Por favor, háganles dormir temprano para que vengan a clases con ganas de aprender”, recomendó. “Quieran mucho a sus hijos; no los traten mal y vayan tranquilos, porque aquí van a estar muy bien cuidados”, les aseguró. La clase de la maestra Gantier, compuesta de 30 estudiantes, acomodados en cinco mesitas, comenzó con el desayuno escolar y concluyó con un “hasta mañana”.

En el kínder Beata Plácida, los niños llegaron con sus uniformes a cuadros guindos. “Chau papi, no te preocupes, mis amigas están en mi curso y ya puedes irte”, le dijo Natalia, de cuatro años, a su sorprendido padre. Al lado de la pequeña, un niño de la misma edad lloraba desconsoladamente. “Quiero irme a casa, mami no me dejes”, rogaba. La mamá tampoco pudo evitar las lágrimas.

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